Después de haber
visitado ya algunas bodegas (menos de las que quisiéramos) hay ocasiones en las
que acabas el encuentro con una extraña sensación. Algunos elaboradores no son
autóctonos en las zonas que trabajan, no pisaron el terreno hasta una edad madura,
no vieron nacer las cepas que ahora labran con tanto cariño. Y sin embargo pareciera
que siempre han estado allí, cultivando sus costers, respirando sus frescos
aires, homenajeando a sus mayores. Justo eso fue lo que nos sucedió con Carles Ortiz y
Esther Nin, los propietarios de la bodega Familia Nin-Ortiz de Porrera,
bastante joven pero con una fuerte personalidad que deja su impronta en su
viticultura y vinificación.
Eran las 17:30
horas cuando Carles nos había citado a varios ávidos seguidores de sus proyectos
para enseñarnos sus viñas y la bodega. Con la sorpresa de descubrir la gran
heterogeneidad de personalidades (enólogos, sommeliers…) que conformábamos el
grupo arrancamos hacia Les Planetes. Es ésta una finca de 18 hectáreas
adquirida por Carles en 1998 y de la que únicamente cinco se encuentran
plantadas, en costers y terrasses. Casi desde el principio trabajada de manera
orgánica es desde el 2007 cuando comienza a labrarla con las mulas Negret y
Lluna, que hoy en día viven en la finca. Los tratamientos a la viña se enfocan
en la prevención de enfermedades por la humedad, incidiendo en la pulverización
de azufre y la cola de caballo. A las garnachas y variedades foráneas en
bancales decidieron unir un coster de cariñena con una increíble densidad de
plantación que hoy ya aporta casi la mitad del volumen al vino que sale de esta
finca, el Planetes. A posteriori reinjertaron las viñas de cabernet en carinyena
blanca y garnacha peluda, adelantándose a un tiempo, el de hoy, en que los
reinjertos por variedades autóctonas son el pan nuestro para las bodegas más
punteras. Esperaremos ese blanco de carinyena blanca con una mezcla de
curiosidad y entusiasmo. Muy acertadamente Carles nos indicó que Planetes es un
ejemplo perfecto de los últimos años del Priorat, donde vemos la evolución de
las plantaciones y el cambio de variedades de muchos viticultores.
La vista que
ofrece Les Planetes es espectacular pero un minuto más allí era robar tiempo a
la visita que nos iban a regalar a la finca de Mas d’en Caçador, de donde
Carles y Esther elaboran su vino más emblemático y que reporta mejores
resultados de la crítica especializada. Cariñena y garnachas (negra y peluda)
de entre 70 y 110 años, orientación norte a 650 mts. sobre el nivel del mar. Una
finca en propiedad y el resto en explotación por unos 15-20 años. Estremece
saber que ese viñedo que pisábamos con respeto ofrece, de sus 18.000 plantas,
unas escasas 3.000 botellas de Nit de Nin. Durante un mes, generalmente marzo,
una persona se traslada cada día con uno de sus mulos para labrar el coster y
enterrar la hierba aportando, de esta manera, nutrientes al subsuelo. Para
hacernos una idea de cuan laborioso es, si este labrado fuera manual implicaría
cuatro temporeros durante 40 días. Esto implica un sobrecoste que evidentemente
se tiene que repercutir en el producto final. El abandono dos veces de Mas d’en
Caçador es una buena muestra de las consecuencias de no valorar el trabajo y el
fruto de esas viñas centenarias.
Según nos
explican el cultivo ecológico aporta acidez natural a la planta. Eso y la fecha
de vendimia. Carles y Esther son fervientes defensores de avanzar la fecha de
recolección de los frutos, pues como dicen la tradición marcaba fechas tardías
al priorizar otros cultivos como la avellana y dado que uno de los parámetros
que se buscaban era el grado alcohólico. Hoy en día esto no es así: se buscan
vinos más gastronómicos, menos alcohólicos y más amables al paladar. Este es uno
de los motivos por los cuales se ven menos afectados por hongos y podredumbre,
pues es menos probable que las lluvias de otoño lleguen con sus frutos aún sin
vendimiar. Hablamos también del coste de los vinos, del coste de manutención de
un coster como el de Mas d’en Caçador y de cómo no siempre consumidor y
elaborador llegan a un acuerdo al respecto.
A pesar de lo
dificultoso que se hacen los caminos del Priorat para los vehículos (incluso
4x4) el viaje de vuelta a Porrera, donde han construido la bodega, fue ameno
viendo de cerca los reinjertos llevados a cabo en las plantas de cabernet y el
“mas” que Esther y Carles tienen en la finca de Les Planetes. Ya en las
instalaciones donde elaboran el vino, de apenas 30 metros cuadrados, lo primero
que se aprecia es la elección de grandes fudres como responsables de la crianza
de sus dos vinos principales: el Planetes y el Nit de Nin. Desde la añada 2011
sustituyeron las barricas de roble por los fudres para reducir la superficie de
contacto de la madera con el vino. Asimismo, desde 2013 apostaron por las
ánforas para lanzar un tercer vino también llamado Planetes, pero solo garnacha
vinificada en estos recipientes tan habituales hoy en día en las bodegas que
visitamos. Levaduras autóctonas, raspón, sin sulfuroso hasta el embotellado,
movimientos en días concretos según las fases lunares. Todo siguiendo
parámetros cercanos a los vinos naturales pero sin hallar (al menos esta vez)
muchos aromas reductivos en el producto final.
Inmensa la
generosidad de Carles y Esther al dejarnos probar gran cantidad de vinos:
* Garnacha Planetes fudre 2014. Notas de piel de naranja, cítricos. Tanicidad vertical.
* Cariñena Planetes fudre 2014. Algo tímida en nariz, más
cuerpo en boca.
* Cupatge Planetes 2014. Curioso cupaje que provocó que
el vino se cerrara por un momento para volver a expresarse. Buena combinación
de acidez de la garnacha con la potencia de la cariñena.
* Garnacha Planetes Ánfora 2014. Mucho más sedoso en boca, con
mucha fruta.
* Nit de Nin 2014 (aún en fudre). Goloso, muy buena acidez.
Más volumen en boca, graso.
* Planetes 2012. Garnacha 70% - Cariñena 30%. Cariñena sin
raspón. Una parte de la garnacha fue en ánfora y la otra en fudre. Muy mineral,
gran frescura. Apto para abrir ya.
* Nit de Nin 2012. Le costó expresarse en nariz y boca. A
posteriori comenzaron a aparecer las frutillas y una marcada mineralidad.
Habiendo saciado
gran parte de nuestra curiosidad por las viñas y elaboración de esta singular
pareja de Porrera abandonamos su compañía guardando en la retina imágenes de
tanto amor por la tierra, de tanto respeto por la naturaleza y tanto arraigo en
sus costers de llicorella. Y no podemos imaginar dónde llegarán si siguen
acumulando conocimiento sobre todo ello…
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