Los sueños son como las mareas, van creciendo
hasta cubrirte y no hay más remedio que rendirse ante ellos. Así es como
planteó Raül Bobet su bodega en el Pirineo leridano y perteneciente a la DO Costers del Segre. Como un sueño. Y así es
como ha acabado, cubriéndolo y ahogando gran parte de su tiempo.
El pasado 31 de agosto nos acercamos al pueblo de
Talarn, a unos 5 Kms. de Tremp para visitar la bodega Castell d’Encús. No es
muy difícil de encontrar pero si sigues las indicaciones del GPS puedes
acabar en la Academia de Suboficiales de Talarn, que es lo que nos ocurrió!!!.
Sin embargo si se obedece la dirección de la propia bodega (Ctra. De Santa
Engracia a Tremp) no hay pérdida posible.
Una vez llegamos a destino, a través de una
sinuosa carretera, nos vino a recibir la enóloga de la bodega, Mireia Taribó. Enfrascada
como estaba en plena vendimia de Sauvignon Blanc nos presentó a Pascal, una
chica con marcado acento francés, que fue la encargada de explicarnos la
historia de la joven bodega, enclavada en un paraje con un rico pasado en
simbología y trabajo monacal. No en vano, los Monjes Hospitalarios perduraron
en el lugar no menos de cinco siglos, entre el XII y el XVII. Buscando terrenos
que pudieran paliar el nefasto efecto del cambio climático para las viñas,
Bobet pensó en la altura como el remedio. Y así aconsejó a Torres, en su etapa
de director técnico, adquirir viñas en Tremp, viñas que a día de hoy todavía
posee.
Y de igual
manera, en su afán por montar una bodega donde regir su propia idea de la
viticultura y la vinificación, encontró este lugar, con suelos calcáreos que se
adaptaban a sus exigencias y un contraste térmico más propio del clima
continental. El pasado del lugar, mezcla de magia y misticismo no hizo sino
reforzar su empeño por adquirir las tierras donde ubicó la bodega.
Pascal nos enseñó la ermita parcialmente
restaurada por Raül y que hace las veces de sala de cata con ocasión de alguna
visita ilustre. También nos llevó a los restos de los habitáculos de los monjes
destinados al reposo, a la cocina y como no, la joya de la huella que han
dejado: los lagares de piedra. Estos serían fabricados excavando directamente en
la roca madre y en distintos niveles, lo cual da una idea de la extrema
dificultad que supone. Los distintos niveles vendrían a ser un recurso antiguo
del actual trabajo por gravedad. Es decir, de la prensa al cubo de fermentación
y en la parte inferior se mantenían agujeros por donde podemos pensar que
descubaban. Hoy han instalado modernas llaves de paso que sin duda serán de más
utilidad. Algunos estaban ya el 31 de agosto llenos y suponemos que en plena
fermentación porque habían colocado plásticos para evitar la entrada de
animales, insectos, etc.
¿Cómo funcionan los cubos de piedra? Una vez se
recoge la uva (siempre manualmente en cajas de 10 Kgs.), evidentemente se
despalillan en la bodega y se trasladan a unos 60 metros de los cubos con un
remolque, a la parte más accesible (por
así decirlo) de la zona. Y desde allí forman una cadena humana donde trasladan
la uva desde el remolque hasta los lagares. Allí prensan a la antigua (pisando)
y fermentarán los vinos, dependiendo de la variedad, total o parcialmente. Por
ejemplo el Quest 2010 es el primero en haber fermentado totalmente en piedra.
Una vez acabada la explicación volvimos a la
bodega donde ahora sí pudimos ver las instalaciones, la mesa de selección
(¡¡grano a grano!!), una nueva gama de vinos más asequibles (los Susterris) que
comercializan,… En fin, nos hicimos una pequeña idea de la vinificación. Como
curiosidad nos enseñó la sala de geotermia, desde donde se controla el
aprovechamiento del calor que irradia el Sol en la viña. Esto sirve sobre todo
para su transformación en energía, energía que siempre es bien recibida en una
bodega.
Ya en la sala de catas (austera pero con unas
inmejorables vistas al valle) Raül Bobet nos presentó su idea y la razón de que
se enamorara de este paraje para su sueño de bodega. Nos comentó los problemas
que está teniendo año tras año con las granizadas, que en ocasiones han llegado
a menguar el 50% de producción de alguna variedad. Contra esto ha hecho una
inversión de capital instalando unas mallas que protegen las viñas de estos
efectos adversos de la climatología. Mientras, abrió una botella de cada uno de
los vinos que comercializan para que pudiéramos catarlos.
Empezó por el Ekam 2011, un vino compuesto de
Riesling y que en añadas favorables complementa con un porcentaje de Albariño. Rinde
tributo a los grandes caldos alsacianos, aunque más aromático y con un punto de
frescor que a la postre es la bandera y su objetivo en todos los vinos que
elabora. Marcado por la baja productividad Bobet no ha podido quedarse con un
gran stock de añadas anteriores pero en esta y en posteriores intentará
llevarlo a cabo ya que asegura que tiene un potencial de envejecimiento fuera
de lo común, lo cual se intuye perfectamente gracias a la marcada acidez que lo
caracteriza. Cítricos y flores complementan sus aromas en nariz y en boca es
ligero pero elegante a la vez.
El siguiente en ser degustado fue el Taleia 2011,
nombre que viene del catalán, sinónimo de preocupación, en “homenaje” a esa
obsesión por la zona y creemos también que por su forma de entender la
vinificación. Es este un vino bastante alejado del anterior. Elaborado con
Sauvignon Blanc y Semillon, esta última variedad se encarga de atenuar el
marcado carácter de la primera otorgando muy sutiles notas de fruta tropical y
algo de fruta blanca. En boca es un vino más contundente que el anterior, donde
la barrica lo dota de más consistencia y un final largo, largo. Aunque sin esa
marcada acidez del Ekam, el Taleia igualmente augura años de buen
envejecimiento.
Pasamos a los tintos sin detener la conversación
sobre su recorrido por otras atribuciones que ha tenido o tiene, como en
Torres, Ferrer Bobet o el CSIC. El primer tinto que probamos fue el Acusp 2011,
en primicia, pues a día de hoy todavía no se ha comercializado. Estamos
hablando de un Pinot Noir y se pueden intuir sus características en una tremenda
fragancia floral, en ocasiones herbácea, con toques especiados. En boca es
elegante, quizás el más complejo de los tres vinos tintos, con la madera justa
y bien ensamblada con los taninos.
A continuación nos sirvió el Thalarn 2010.
Elaborado con Syrah, su color rojo intenso hace prever lo que sucede al
acercarlo a la nariz. Una explosión de fruta, de regaliz rojo y chuchería. En
esta ocasión notamos (quizás porque hacía unos dos meses que habíamos abierto
una) que la botella llevaba tiempo empezada. En boca le acompañan los
parámetros olfativos, con un posgusto que perdura y una entrega sabrosa de
frescor frutal. Bobet nos habló de la añada 2011, que calcula aparecerá a
finales de año y del que afirma será el mejor Thalarn nunca elaborado, con un
trabajo faraónico detrás de él.
Por último catamos el Quest 2010, el primer vino
fermentado totalmente en piedra. Elaborado con Cabernet Sauvignon, Cabernet
Franc y Petit Verdot es una auténtica sensación mineral. A pesar de haberlo
probado también en primicia en mayo en una cata en Vilaviniteca nos volvió a
sorprender. Los aromas primarios están sumamente marcados (pimiento verde) pero
en boca tiene un ataque amable y a la vez exuberante. A pesar de su tanicidad
no cansa, se aprovecha de ello y se alarga, resistiéndose a marcharse de las
papilas. Mejorará.
Y con agradecimientos e intercambio de opiniones
nos despedimos de Raül Bobet y Mireia Taribó, que a pesar de no tener ni un
respiro acudió a última hora a interesarse por el grupo que realizábamos la
visita.
Y así, con esfuerzo y frescura, es como se encarna su sueño de rebelarse al clima, de aliarse con la naturaleza y sentir la espiritualidad que nace en esos profundos lagares de la historia.
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