Estos días se ha celebrado la feria Prowein en Düsseldorf, que ha atraído a
más de 50.000 visitantes y que pone en el punto de mira el mundo del vino para
distribuidores, comerciales y especialistas en gastronomía de todo el mundo.
Una oportunidad única para conocer numerosas referencias de productos que
quizás se desconocen y que puede suponer un buen punto de expansión para
algunas bodegas o regiones vinícolas. Es cierto que las protagonistas de
nuestro artículo, las etiquetas, no están quizás totalmente enfocadas al
público que ha acudido a Düsseldorf. Sin embargo sí podemos imaginar esos
pasillos enmoquetados y en ellos los visitantes girando las botellas para poder
apreciar con más claridad el diseño e información que nos pueda aportar el
etiquetado.
La mayoría de ocasiones el diseño supone un quebradero de cabeza para las
bodegas, pues no se trata de únicamente colocar el nombre del vino, como muchos
podríamos pensar. La cantidad de información susceptible de aparecer podría
llegar a “empapelar” totalmente la botella, con la consiguiente saturación del
consumidor. En una época donde la información brilla por su exceso (internet,
diarios, redes sociales, revistas…) los vinos no son precisamente unos desconocidos.
Por tanto muchas bodegas optan por minimizar lo que aparece y colocar
simplemente lo obligatorio por ley, que no es poco (referencia comercial, añada,
“product of Spain”, “contiene sulfitos”, grado alcohólico, denominación de
origen, registro de embotellador).
La creciente tendencia de hacer desaparecer de las etiquetas aspectos como
crianza o variedades proviene de diversos motivos. El principal es la falta de
demanda por parte del consumidor, que ya se informa por otros medios y lo que
le importa es disfrutar y hacer disfrutar a aquel con quien comparta el
producto, sin muchos otros quebraderos de cabeza. Otro aspecto importante para
la desaparición de información se centra en la tendencia a vinos más frutales,
como algunas veces hemos señalado. Ello conlleva que muchas bodegas omitan esa información
bien porque realmente la crianza se ha recortado o bien porque si se ha llevado
a cabo y lo anuncian la sugestión del consumidor con respecto a la madera puede
llegar a convertirse en un factor negativo. El único problema que puede generar
este punto es la dificultad para clasificar a día de hoy los vinos, cuando
históricamente muchas tiendas y webs los clasificaban por menciones (joven,
crianza, reserva…). Esta tendencia se está modificando hacia otros parámetros
(DO, precios, con crianza/sin crianza…) ya que cada vez los vinos salen al
mercado más cerca de su elaboración, siendo los períodos en barrica más cortos
y cambiando en función de variedades y condiciones de las añadas.
Hay otro factor que influye en la menor información en las etiquetas y no
es otro que la aparición, hace ya unos años de un ente denominado Consorci
d’Inspecció i Control (aquí en Catalunya –en otras regiones de España con otro
nombre-) dedicado a asegurar que se cumplan las reglamentaciones y el pliego de
condiciones de las denominaciones de origen. Es decir, a auditar si el producto
que vende la bodega cumple los requisitos de las DO. Y uno de ellos, por
supuesto, es que la información que aparezca en la etiqueta se corresponda a la
elaboración realizada en la bodega. De manera que hoy en día, por ejemplo, es
más conveniente quitar esa información de las botellas que estar modificando
cada año variedades o pormenores de la crianza.
¿Pero cuánto influye la etiqueta en el consumidor final? Para responder
esta cuestión hay que tener en cuenta la tipología de consumidores, los lugares
de adquisición y el diseño gráfico, por ejemplo. El consumidor se divide en
numerosos perfiles y no hay más que acudir a una feria, ya sea muy
especializada o de carácter popular, para ver la heterogeneidad que se da cita.
A este factor se une la diversidad de lugares en los que se puede adquirir el
vino. A los canales tradicionales de tienda especializada, lineales de
supermercado y HORECA se suma internet y las app, que crecen como la espuma.
Esta variabilidad creemos que dificulta conocer la influencia de una etiqueta
en el consumidor. Es posible que en clientes del lineal sí tenga mayor impacto
al encontrarse éste ante un maremágnum de botellas, muchas de ellas
posiblemente desconocidas. Sin embargo, ¿qué poder de persuasión puede ejercer
la etiqueta ante el cliente de restaurante, tienda especializada o internet? Creemos
que una influencia menor, pues en los dos primeros casos el asesoramiento del
sumiller o tendero es fundamental y en el segundo el propio cliente va bastante
convencido de lo que desea adquirir.
En cuanto al diseño de la etiqueta, ¿es más o menos importante que la información de la elaboración? Es evidente que los estudios de diseño van ganando la partida a otros aspectos que parecen importar menos al cliente final (variedades, crianza), en una era donde el impacto visual gana fuerza y donde la información se personaliza cada vez más. Ante la amplia variedad de vinos y bodegas existentes, el diseño puede ayudar a su posicionamiento en el mercado y a llegar a distintos públicos: jóvenes, iniciados, etc. ¡Dicen que una imagen vale más que mil palabras!
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